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jueves, 30 de junio de 2011

ESTA NOCHE EN PRIMER ROUND , NOTA CON JUAN BRESSAN JUEZ DE LA PELEA ENTRE HEILAND VS SANDERS


NOTA ENVIADA A TyC SPORTS

¿HEILAND EJEMPLO?

“Ningún hombre ha de ser honrado por encima de la verdad y, por lo tanto, he de decir lo que pienso”. Este famoso desiderátum filosófico, planteado por Platón hace veintiseis siglos y referido a Homero, es aplicable a múltiples ámbitos. El boxeo argentino no es la excepción, aunque, ciertamente, Heiland no es Homero, y yo lejos estoy de aproximarme al egregio ateniense, con el que me emparenta, eso sí, el amor a la verdad.

Como juez que falló la pelea Heiland-Sanders, realizada en la localidad de Pigüé, provincia de Buenos Aires, el sábado 21 de mayo de 2011, y que TyC Sports televisó, he de decir lo que pienso, no por derecho propio, lo cual es evidente, sino para no otorgar con mi silencio, pues sólo serviría para ser cómplice de una verdadera impostura que, espero, no se repita en el futuro, justamente por el bienestar moral del deporte y el auténtico juego limpio. Y, además, porque me siento agraviado, difamado, imjuriado y calumniado por los dichos de Heiland.

Las ostentosas declaraciones del súbitamente popular “gauchito”, nuevo adalid del fair play para los inexpertos, son tan disparatadas que lo colocan, a mi criterio, en los antípodas de un “ejemplo a seguir” —contrario sensu a la opinión de formadores de opinión (digo de formadores, no sé si con espacio)—; tal vez, es cierto, sean útiles sólo como golpe efectista, provocador de un aplauso simiesco, no razonado, para aquellos legos en cuestiones boxísticas, como fundamentaré a continuación:

1) Lo primero que salta a la vista es que no se puede ser juez y parte a la vez; las impresiones personales de los protagonistas de un match de boxeo o de un partido de fútbol —por graficar sólo con un par de actividades— pueden tener cierto valor emocional, pero no son válidas a la hora de una evaluación serena, simplemente, porque, repito, no se puede “estar en misa y repicando campanas”. La misma objeción puede ser planteada a un relator y a un comentarista; uno pelea, otro relata, otro comenta, pero los que dan el veredicto final son los jueces, esto es, tres personas especializadas en puntuar a los púgiles, ubicadas ad-hoc en tres lugares diferentes alrededor del cuadrilátero para así contemplar en el fallo tres ángulos visuales distintos, quienes, además no tienen contacto entre sí en ningún momento y deben entregar su tarjeta round por round.

De pensar lo opuesto, es decir, que, generalmente, están más cerca de emitir un fallo “justo” alguno de los boxeadores, o un relator, o un comentarista, que los jueces designados —siempre falibles, se entiende— , llegaríamos al absurdo que los seis ojos de los jueces —repito, ubicados cada uno en un lado distinto del proscenio— ven “menos” que los omniscientes dos globos oculares de Jorge Sebastián Heiland, o de Walter Nelson, o de Sergio Charito, quienes no tienen la misma idoneidad para juzgar —como yo no la tengo para pelear, relatar o comentar—, que además aprecian sólo un escorzo de la pelea y, por lo que explicaré más adelante, tienen, según se desprende de algunas afirmaciones y omisiones apreciados en la transmisión televisiva, un conocimiento harto precario de cómo evalúa un juez profesional la pelea, desconociendo el Reglamento Argentino de Boxeo. ¿Los jueces nos podemos equivocar? Efectivamente, tanto como Heiland, Nelson o Charito.

Por otro lado, los genuinos deportistas se comprometen moralmente a aceptar los fallos de los jueces, lo cual realizan tácitamente al ingresar al ring, demostrando así auténtica humildad, sabiendo la limitación que impone a la razón el estar metido en la acción, dando y recibiendo golpes en el cerebro; de lo contrario, se caería en la paradoja de hacer inútil la función de los jueces. Por lo explicado, con poco fundamento se puede afirmar a voz en cuello, como hicieron Nelson y Charito, que Heiland “es un caballero” —la únicas analogías que se me ocurren son que el gaucho, como el caballero, monta a caballo, y que en la Europa medieval existían los caballeros “de alarde”—.

2) El epítome de las declaraciones casi chaplinescas de Heiland —habría que mutar el bombín por la boina— se dio cuando dijo muy ufano a TyC Sports que “soy de contar las manos que pego yo y las manos que pega mi rival…”; aquí sí podemos hablar de “ejemplo”, maravilloso caso de sapiencia casi divina, de quien puede estar enfrascado en el fragor de una pelea profesional de boxeo, y, a la vez… ¡¡¡ir contando los golpes que da y recibe!!! ¡¡¡Qué extraordinario lo de este muchacho!!! Tan inusual, que llamó a silencio a Nelson y a Charito, primero periodistas, luego grandes conocedores del pugilato, quienes, estimo, no cuestionaron ni un ápice esta muestra de humildad del generoso gaucho —le regaló una boina al uruguayo Walter Nelson, agradecida por éste, nobleza obliga, en cámara—, no por una cuestión de rating ni porque lo extraño, por más que sea una imbecilidad, llama mucho más la atención y, por ende, vende más, sino azorados ante este extraño portento del deporte.

Con dolor y cierta vergüenza ajena debo, como juez profesional, recordarles a Heiland, Nelson y Charito, que el artículo 10 inciso 21 del citado reglamento, al referirse a las funciones de los jueces, señala que son cuatro los ítems a juzgar a los boxeadores: ataque, eficacia, defensa y técnica, aspectos prácticamente inmedibles de manera exacta, matemática, cualitativos más que cuantitativos, y que hacen que el deporte de los puños sea esencialmente de apreciación, aspecto más que relevante cuando la pelea es pareja, como fue la que nos ocupa. En suma: es boxeo, no ajedrez. Además, dicho sea de paso, el conteo de los golpes sin evaluar su intensidad, sólo es válido en el boxeo amateur, no en el profesional. Lo cual no quita, según el desconocimiento demostrado, que haya profesionales que parecen amateurs.

3) Sigo en mi penoso recorrido, y al ver luego la pelea grabada, advierto, asombrado nuevamente, que el señor Charito, en su tarjeta “verbal” final (que contradecía la gráfica mostrada por el canal), tenía medio punto a favor de Heiland (96,5 a 96), con lo cual, al descontársele un punto por las caídas del protector bucal, le daba medio punto más a Sanders. Repito: ¡medio punto, y con el descuento! (96 a 95,5 para Sanders). Es decir: sin el descuento, ganó Heiland para Charito, quien comentó que aun aplicándole el medio punto de descuento a Heiland, Sanders ganó “tan sólo medio punto de diferencia para Sebastián Heiland” (sic) (adviértase la confusión en que incurrió el periodista, a tal punto que en una frase ambigua dio a entender que aun con el descuento de la octava vuelta él vio ganador a Heiland; del mismo modo, no se sabía a quién se refería cuando habló del “rincón de la preocupación” y “rincón del conformismo”). Fue tanto el enredo del comentarista y de los encargados de especificar la tarjeta final de TyC Sports, tan desprolijo el mensaje apenas terminada la pelea, que incluso, como dije, la tarjeta que mostró la gráfica de TyC Sports dio ganador a Heiland por 96,5 a 96, no entendiéndose claramente qué era lo que pensaba, en definitiva, el avezado comentarista (resumiendo: verbalmente, primero sostuvo que, por la quita del punto, ganó Sanders; luego agregó “tan sólo medio punto de diferencia para Sebastíán Heiland”, de lo cual que se puede colegir que aun con la merma vio vencedor al hombre de a caballo; así lo reflejaron los números mostrados en pantalla por TyC Sports, que dieron ganador a Heiland por medio punto, generando desconcierto, pues contradecía lo dicho anteriormente; finalmente el comentarista aclaró que en su tarjeta Sanders había ganado “en una pelea muy pareja”, en lo que coincidió con Nelson, aunque la gráfica nunca se corrigió; muy claro todo, como se aprecia).

Es decir, aun evaluando con esta visión del match, tan confusa y contradictoria, siempre hablamos de una pelea muy disputada y de un fallo apretado. Pruebas al canto: Charito, ya avanzada la pelea, en el séptimo round, tenía 68,5 a 66 a favor del rionegrino; en dicho asalto lo vio ganador a Heiland por 10 a 9, mientras Nelson sentenciaba apodícticamente: “la mejor vuelta del chacarero, sin ningún tipo de dudas”; al comenzar el último round, el citado relator afirmó: “muy equilibrada la pelea… seguramente será un fallo ajustado, lo imaginamos, lo suponemos…”. Estos asertos son clarísimos: sólo un juicio enrevesado o motivado por quién sabe qué extravagante cartabón pudo sostener, al final de la pelea, que “hay que recordar que Heiland es local”, y preguntarse a renglón seguido “¿cómo jugará la localía en el momento de colocar el fallo de esta pelea cerrada?”, como lo hizo Charito, olvidándose que la supuesta ventaja de la localía, en este caso, no pasó de ser un fantasma de mentes afiebradas, porque ¿cómo explicar, entonces, que el árbitro podía haber penado con idéntico descuento a Sanders por reiterados golpes bajos, según lo sostenido enfáticamente por Nelson, y nadie se hubiera sorprendido? (tomo al azar el quinto round, para consignar los dichos vehementes de Nelson al respecto: “otro golpe bajo de Sanders…”). Calificar, en esta ocasión, al resultado como “fallo localista”, con un público correctísimo que no presionó en lo mínimo, es una irresponsabilidad que me avergüenza como deportista y persona vinculada al boxeo. Si consideráramos un eventual punto de descuento, que el relator virtualmente pedía con sus quejas por los golpes por debajo del cinturón que daba Sanders, a lo cual Charito adhirió — y, por supuesto, ninguno recordó posteriormente en la entrevista a los dos boxeadores—; en la tarjeta del comentarista, digo, hubiera ganado Heiland por medio punto. Raro, muy raro este “fallo localista”, ¿verdad? Quizás por eso los señores Nelson y Charito, como dije, ni mencionaron estos avatares en la entrevista llevada a cabo luego del match a la celebridad. Según parece, la euforia moral puede provocar una llamativa amnesia boxística. O, quién sabe, quedaron mudos de asombro al tener ante sí al paradigma de la honestidad, digo yo…

4) El “ejemplo” de deportista, en el diario Olé (en una nota publicada el martes 24 de mayo de 2011, página 32, y firmada por Ernesto Rodriguez III, otro “experto”) dijo, embuido de “nobleza gaucha”, con sincera pobreza de espíritu, que “soy chacarero, pero no chorro”. Es la misma “nobleza gaucha” que lo llevó a “contar la plata antes de cobrar”, declarando en la previa a TyC Sports que “…se empezó a trabajar mejor… empezaron a fluir cosas… estamos teniendo cambios… estamos mejorando día a día… yo pienso que van a ver un Sebastián más formado… yo creo que van a ver a un Sebastián cambiado… de la última pelea en Villegas trabajamos un poco más… y pienso que van a ver la nueva versión de Sebastián Heiland”. Es la misma que lo llevó, después de su deslucida actuación —en la que, digámoslo como lo dijeron el comentarista y el relator, en varios pasajes, le mostraba la cara descubierta al rival, pero con humildad, claro está— a ensuciar a los jueces, calumniándolos e injuriándolos, con una irresponsabilidad alarmante. Parafraseando al chacarero: esto no es “buena leche”. En lo que concuerdo parcialmente con Heiland —pues para mí, reitero, la pelea la ganó— es en un aspecto de su balance del cotejo: defraudó, no cabe duda, ya que no cumplió lo prometido al ser entrevistado por Silvana Carsetti, en cuanto no se vio nada nuevo boxísticamente; y como “en la cancha se ven los pingos”, lo que evidenció nuestro gaucho fue mucho vigor en los primeros seis rounds —que le bastaron, a mi leal saber y entender, para ganar la pelea, al perder por poco los últimos asaltos—, pero al final dio muestras notorias de cansancio, pecado mortal para un peleador que, como lo dijo al inicio de la transmisión Charito —no con clarividencia, por cierto— “…demuestra que siempre está muy bien preparado físicamente y a partir de ahí basa su boxeo, que quizás no tiene ribetes de alto vuelo, pero físicamente siempre está a la altura de las circunstancias…” ; ¿las causas?: quizás, conjeturo, su ansiedad por ser la primera vez que lo televisaban, y porque se sentía representando a Pigüé, como lo admitió ante la notera; o porque la preparación no fue tan buena como lo declarado (fue la antítesis viva de lo comentado por Charito antes del primer gong); o por ambas situaciones. Los hechos, a veces, son más tercos que las demagógicas palabras. Lo que sí es cierto es que se vio algo “nunca visto”, parafraseando al señor Walter Nelson; aunque me parece que el calificativo apropiado, por las razones que invoco, es kitsch, como podría serlo ingresar a un colectivo desnudo. Claro está que lo novedoso, per se, no es, por el simple hecho de serlo, sinónimo de bueno, ni mucho menos de ser elevado a la categoría de ejemplo a seguir.

5) Veamos: si se siguiera el ejemplo del gauchito, maximizando su obrar —Kant dixit— incurriríamos en la llamada “discriminación inversa”, esto es, que el boxeador local no puede ganar una pelea por escaso margen, por el simple hecho de ser local o por, al ser arrebatado por un inefable amor al rival de turno, creer que no la ganó, aunque quizás aquí debiéramos recurrir a Freud para desentrañar el intríngulis, quien, como bien nos enseñó, demostró que hay motivos inconscientes en el obrar de las personas, y que una cosa es lo que creen los hombres sobre sí mismos y los motivos de su propia conducta —a menudo falsamente— que lo que efectivamente ocurrió y motiva la conducta.

6) Vayamos, como Dante, terminando este verdadero descenso al inframundo —aunque aquí no habrá Cielo; espero que sí haya Purgatorio—; enhebremos un collar de frases seleccionadas de este hombre tan noble llamado Heiland, expuestas en diversas ocasiones, que comentaré entre paréntesis; perdóneseme las repeticiones, pero no podemos privarnos de degustar repetidamente semejante sabiduría:
- “Que nadie robe mis sueños” (según él mismo, su lema vital; por lo visto, no le impide faltar el respeto a los demás, que también sueñan).

- “Estoy en contra de los fallos localistas… la pelea la ganó Sergio Sanders” (sí, el público presionaba una barbaridad…; extraño complot donde el principal beneficiario se queja y lo pone al descubierto de manera pública y ostentosa; sin ninguna prueba, por supuesto, y sin ninguna queja del supuesto perjudicado —Sanders—).

- “Soy chacarero, pero no chorro” ( el citado título del diario Olé, donde calumnia a los jueces, también sin aportar no digamos ya una prueba, sino un indicio del supuesto “arreglo”, ni señalar la razón del mismo; quizás porque ya es cosa juzgada y, de paso, queda bien; aunque coincido con él: yo tampoco soy “chorro”, pero con la diferencia que no enlodo a los demás si las cosas no me salen como pensaba).

- “Sanders hoy me enseñó una lección de boxeo” (parece que vi otra pelea; lo que sí le enseñó Sanders, no sólo a Heiland, sino además al tándem de los expertos reporteros, es una lección de criterio, de conocimiento del reglamento del deporte que practica, y, lo más relevante, de verdadera humildad, al declarar que “no sé si la gané la pelea; sé que fue muy pareja.. “; y luego, refiriéndose a la actitud de Heiland, diciendo que “la verdad que no me lo esperaba …él la vio así y dijo lo que le parecía” —repárese que Sanders habla de “parecer” y no de “verdad”, y eso es entender la esencia del boxeo, donde a menudo, en combates muy disputados, no existe la verdad con mayúsculas, salvo, claro está, para boxeadores todopoderosos y periodistas infalibles—).

- “Yo trato de ser mejor día a día y creo que decir la verdad es una manera de empezar… decir la verdad ante la gente…” (sí, eso sería muy pero muy bueno; aquí también me uno, y porque quiero ser mejor cada día y decir la verdad, escribo la presente; el crédito de Pigüé podría empezar aportando las pruebas de la “conspiración” para favorecerlo (?), o, de no encontrarlas, pidiendo perdón de corazón a los jueces, a sus familiares y amigos, por el gran daño moral y tal vez económico que causó y sigue causando con sus dichos, motivado por lo que quizás sea, sencillamente, “falsa modestia”, esto es, por querer destacarse, levantando la cabeza más alta que el resto, paradójicamente, por su “humildad”; por otro lado, pocos son tan grandes como para ser tan humildes…).

- “Porque ganó Sanders la pelea.. yo… soy de contar las manos que pego yo y las manos que pega mi rival…y en mi cuenta no da eso… yo estoy en contra de los fallos localistas… me parece una vergüenza como fallo y bueno… yo como claro perdedor… de mi boca sale, no sale de ninguna otra… la pelea la ganó Sergio Sanders... no me da vergüenza decirlo… estoy muy en contra de los fallos localistas… me dio vergüenza el fallo… pero claramente la gente que vio la pelea, que vino hasta acá, hasta el CEF, y la que la vio por tele, sabe que Sergio Sanders ganó la pelea, de ninguna manera yo” (el súmmum del sinsentido —lastimoso al ser avalado con fervor por el staff periodístico que lo entrevistaba, que lo sintió como un respaldo hacia ellos (?)—; y la prueba contundente de la ignorancia y/o la mentira —o ignora el reglamento y la esencia del boxeo, lo cual sería grave para un profesional; o simplemente miente, lo cual sería más grave; o ambas cosas a la vez, lo cual sería gravísimo—; sería bueno, aunque descabellado por inútil, preguntarle a qué resultado matemático arribó en el fabuloso conteo de golpes propinados y recibidos, y cotejarlo con lo visto en este encuentro, y, como bonus track, preguntarle por las cuentas que llevó en otras peleas y constatar la veracidad de su aserto).

El gauchito de Pigüé tuvo, según el relator, “honestidad brutal”; honestidad no sé si hubo; brutalidad, estoy seguro. Porque, sabrán disculpar los señores Walter Nelson y Sergio Charito, para mí, por los fundamentos expresados, Heiland no es un ejemplo, porque me causó un ingente estrago moral (y este sí es “un detalle que no hay que dejar pasar, ¿eh?”, usando las palabras de Charito en recto sentido), y me avergüenza como deportista profesional que fui; tampoco es un caballero, ni hizo auténtica autocrítica; lo que efectivamente es cierto, como dijo el periodista nacido en Montevideo, es que “en fallo unánime, lo cierto y lo claro es que Sebastián Heiland ha ganado por puntos en fallo unánime” (el subrayado me pertenece, porque eso es lo único cierto, claro y auténticamente moral que se vio en Pigüé esa velada); que “los jurados dijeron que ha ganado Heiland; Heiland se dio cuenta que no tuvo una buena noche”, y que, como apostrofó con inflexión sentenciosa en el octavo round, “hay mucho para corregir si queremos ver a un nuevo Heiland…”, que son cosas muy distintas; y ahí concordamos: se puede ganar no teniendo una buena noche. La verdad a menudo está entre líneas; para darnos una idea del supino grado de confusión que reinaba en la cabeza de los periodistas al finalizar la pelea, el relator dijo que “vamos a ver si nos acercamos al gauchito de Pigüé para que nos aclare todo esto…”. Más fácil de cumplir hubiera sido el pedido, si Nelson hubiera solicitado un Unicornio.

La verdadera autocrítica no se anuncia con bombos y platillos, ni con un dedito al aire diciendo que uno no ganó, y menos horadando la moral de gente honesta; quizás, hubiera sido mucho mejor cerrar la boca —y no sólo para que no se le escape el protector bucal—, o escuchar de los labios de Jorge Sebastián Heiland que “no cumplí con lo que prometí en la previa”, sin disfrazarla con un acto supuestamente moral, muy probablemente de origen inconsciente, efectuado para desviar la atención sobre su estado físico real, que distó mucho del imaginado por él antes del evento. Sólo al final de la entrevista, luego de haber desparramado excrementos verbales a los jueces, Heiland dijo tibiamente que “… subimos a hacer una cosa y no salió…”; tenía que haber dicho esto, nada más, que resume lo que le pasó. Porque conjeturando lo que podría haber sido uno de los comentarios de no mediar tanto “teatro gauchesco”, aventuro el siguiente: “Opaco triunfo de Heiland. En equilibrada pelea, los jurados lo vieron ganador por escaso margen, por unanimidad; le alcanzó para ganarle a un púgil en recuperación, aunque evidenció escueto bagaje técnico y deficiente preparación física”. Claro está: la verdad es aburrida, y cotiza menos que lo raro. Mejor es decir, como Charito, al término de la pelea, cuando Heiland le levantaba la mano a Sanders y daba entender con su ampuloso lenguaje corporal que no había ganado, que “este es el verdadero título de campeón” (se aprecia que al periodista no le importa a quién se culpe virtualmente con dicho gesto); o pontificar como Nelson que “este es el título de la pelea te diría…”. Como anillo al dedo viene el famoso mandato periodístico: la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. Y agrego: sin importar que el hombre esté loco o acuse, indirectamente y sin ningún tipo de aval, a una persona honrada. Lo valedero es que haya un “gancho”, no boxístico, sino periodístico. Porque hay quienes se colocan la coraza de la ética sólo para escamotear que lo único que les importa es que sea noticia.

En suma: por lo anteexpuesto, me siento agraviado, difamado, injuriado y calumniado en mi buen nombre y honor por los dichos de Jorge Sebastián Heiland, y solicito a T y C Sports que me otorgue el debido derecho a réplica, amparado por la Constitución Nacional y distintos tratados internacionales, leyendo la presente nota en cámara, y otorgándole el mismo espacio y tratamiento dado a las trasnochadas y agraviantes declaraciones del “gauchito” Jorge Sebastián Heiland.

Asimismo, pido, en el caso de que se siga enviando al aire de T y C Sports, que cese la emisión del corto titulado “Nobleza gaucha” —ignoro si dicho canal tiene pensado seguir emitiéndolo— pues agrava mucho más el daño irreparable efectuado por Heiland, haciéndose así cómplice del menoscabo de mi honra personal, e invito a Walter Nelson, Sergio Charito o a quien o quienes lo deseen, a ver detenidamente la pelea y analizarla “golpe a golpe”, de manera seria y con reglamento en mano, porque “ningún hombre ha de ser honrado por encima de la verdad…”; y, por lo tanto, he dicho lo que pienso.

Atentamente.




Arquitecto Juan Miguel Bressán
Juez Profesional de Boxeo
DNI 10.423.312

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